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De la seguridad absoluta a la improvisación constante.
Padres con grandes expectativas, pero poca paciencia:
Desde el primer día, muchos padres tienen una idea clara de cómo será la crianza de su hijo. Nada de improvisaciones, nada de errores comunes, nada de educar sin un plan. Se proponen ser el modelo de la educación consciente, el ejemplo perfecto de dedicación.
Investigaron, leyeron, planificaron. Compraron libros de pedagogía, diseñaron espacios de aprendizaje, seleccionaron juguetes con estrategias científicas. Porque su hijo no sería uno más.
Su hijo sería excepcional. Sería el mejor. Sería el más inteligente.
Con esa convicción, construyeron la imagen de la crianza ideal, solo que la realidad, como suele ocurrir, tenía otros planes.

Hubo un tiempo—allá por los primeros días del recién nacido—en que estos padres no solo confiaban en sus decisiones, sino que estaban convencidos de que sabían más que cualquiera.
¡Ah, qué tiempos aquellos!
Cada gesto, cada palabra, cada acción estaba calculada con precisión. Leían artículos sobre neuroplasticidad en bebés con el entusiasmo de quien descifra un misterio crucial. Porque sí, estaban determinados a hacer las cosas bien.
Sumergidos en teorías sobre el desarrollo infantil, hablaban con certeza sobre lo que debía y no debía hacerse. Las rutinas estaban diseñadas con esmero, cada estímulo milimétricamente planificado para que el bebé tuviera la mejor experiencia posible.
Compraban juguetes Montessori sin entender del todo bien que los hacía especiales, pero sonaban sofisticados, educativos, casi un seguro para el futuro del niño. Cada objeto seleccionado tenía un propósito. Todo estaba meticulosamente pensado.
Cada decisión parecía una inversión en el éxito de su hijo. Porque si la ciencia decía que los primeros años eran determinantes, había que actuar con absoluta dedicación.
Pero claro, leer sobre ello no es lo mismo que aplicarlo...
Porque la teoría es sencilla. Lo difícil es sostenerla cuando la rutina se vuelve agotadora, cuando el tiempo se reduce y la paciencia empieza a escasear.
De repente, aquellas certezas tan sólidas comienzan a tambalearse. La crianza deja de ser una ecuación perfecta y empieza a convertirse en una improvisación constante.
Porque los días avanzan, los hábitos cambian, el cansancio se acumula y los principios iniciales se van diluyendo. Y lo que antes era una estrategia de desarrollo, empieza a convertirse en una estrategia de supervivencia.

Es bien sabido que el juego es esencial para el desarrollo infantil, pero ¿cuántos de esos juguetes que compraron terminaron acumulando polvo en un rincón?
La obsesión por criar al próximo genio
En la era de la crianza hiperestimulada, muchos padres se convencen de que su hijo no será uno más. Será brillante, talentoso, un prodigio en potencia. Cada pequeño hito se celebra como el primer paso hacia la grandeza.
Publicaban frases como “Nuestro pequeño genio está en camino” con un filtro sepia y un libro de Piaget estratégicamente colocado en el fondo. Solo que el libro era de decoración, claro. Porque lo importante no era la lectura, sino el mensaje visual: padres comprometidos, educadores en acción, arquitectos del futuro de su hijo.
Piaget revolucionó la educación infantil con su teoría del desarrollo cognitivo, aportando claves sobre cómo los niños construyen el conocimiento. Pero, ¿cuántos de estos padres realmente aplicaron sus principios más allá de la foto para Instagram?
Porque una publicación puede parecer un reflejo de una crianza consciente, pero la verdadera dedicación no se mide en filtros ni en frases inspiradoras.
De la ambición a la comodidad
Con el tiempo, el entusiasmo inicial se diluye. Lo que antes era una obsesión por la estimulación temprana se convierte en un “dale el móvil y que se entretenga”.
Aquella meticulosa planificación para potenciar el desarrollo infantil va quedando en el pasado. Ya no hay debates sobre qué juguetes potenciarán la neuroplasticidad, ni estrategias para optimizar el aprendizaje. Lo que alguna vez fue prioridad ahora es una preocupación secundaria.
Porque criar requiere energía. Y la vida adulta tiene demasiadas distracciones. Las reuniones con amigos, las escapadas de fin de semana y el tiempo libre empiezan a ganar terreno. La crianza intensiva suena agotadora cuando hay una serie pendiente en Netflix.
Además, los niños aprenden rápido a adaptarse. Si antes los padres les hablaban en voz baja y les compraban juguetes educativos, ahora les dan una tablet y les dicen “juega un rato”.
Lo que antes parecía impensable—una infancia sin pantallas—se convierte en la solución perfecta para reducir interrupciones. Poco a poco, el niño aprende que el móvil en sus manos es la mejor manera de no molestar.
En consecuencia, aquella obsesión por el desarrollo infantil da paso a una crianza más cómoda. No hay espacio para métodos innovadores cuando el cansancio pesa más que los ideales iniciales.
¿Qué pasó con el sueño de criar al mejor hijo?
Todo comenzó con grandes expectativas. Con la certeza de que el niño crecería rodeado de estímulos, aprendizaje y educación consciente. La idea era formar a un pequeño genio, un niño capaz de sobresalir en cualquier área con facilidad.
Pero con el tiempo, aquella ambición inicial se desmoronó. La crianza intensiva se volvió agotadora. Lo que antes era una obsesión por la estimulación temprana terminó siendo una rutina donde el móvil y la tablet resolvían cualquier momento de inquietud.
En consecuencia, el niño que iba a ser un prodigio termina siendo un experto en YouTube y videojuegos. No es que esté mal o bien, pero ¿dónde quedó aquella ambición de los primeros días?
Los discursos sobre sacrificio y entrega fueron reemplazados por soluciones prácticas. “Que se entretenga solo un rato”, dicen, sin notar que el rato se convierte en horas y que el vínculo real se reduce a mínimos.
Porque al final, es más fácil que el niño se adapte a la tecnología que que los padres sostengan sus ideales.

De padres entregados a padres agotados: cuando el sueño de criar a un campeón se convierte en excusas para que el niño se entretenga solo
Y entonces, sorpresa, el niño crece. Empieza a hablar. A moverse. A preguntar. A necesitar. A reclamar.
Cuando el niño aún era un bebé, la dedicación de sus padres era absoluta. Nada se dejaba al azar. Todo estaba pensado para su desarrollo óptimo. Pero el tiempo avanza. El peque crece. Y con él, sus necesidades. Ya no basta con observar sus progresos o celebrar sus pequeños logros. Ahora necesita interacción real, escucha, presencia.
Sin embargo, la energía y las ganas de los padres no son infinitas. Lo que en un inicio era entusiasmo desbordante se transforma en cansancio acumulado. Ya no hay tiempo para observar cómo construye una torre con bloques. Lo que antes era motivo de orgullo, ahora parece un desafío más en la rutina diaria. El niño que fue el centro de todas las conversaciones empieza a notarlo. Sus intentos por captar la atención son menos efectivos. Sabe que si juega solo, todo fluye mejor. Aprende que cuando no interrumpe, hay menos tensión.
¿Qué necesita realmente un niño?
Más allá de juguetes educativos, aplicaciones interactivas o actividades estructuradas, los niños requieren algo fundamental: presencia real. No buscan padres perfectos, sino padres que estén ahí, que los escuchen, los acompañen y les brinden seguridad. Un niño no solo necesita compañía, sino atención auténtica. Su desarrollo depende de la calidad de las interacciones con quienes lo rodean. El cariño y la conexión emocional le dan confianza, la escucha activa lo ayuda a sentirse valorado, el juego compartido refuerza su aprendizaje, las rutinas le aportan estabilidad y los límites le enseñan cómo relacionarse con el mundo. Criar no es encontrar estrategias para mantenerlos ocupados, sino compartir con ellos momentos que realmente marquen su infancia. No se trata de perfección, sino de presencia genuina.
Porque lo que para un adulto es un instante, para un niño puede ser el recuerdo que le dé sentido a todo.
Dedicar momentos reales al niño es más valioso que cualquier otro recurso. No se trata de largas horas ni de esfuerzos imposibles, sino de pequeños instantes que refuercen el vínculo.
Porque lo que para un adulto es un minuto de atención, para un niño puede ser el recuerdo que marque su infancia.
De la obsesión al desinterés.
Antes, cada logro del niño era celebrado como una señal de éxito. Se organizaban debates sobre qué método educativo sería mejor para su potencial ilimitado. Ahora, cualquier juego que lo mantenga entretenido sin molestar es la solución perfecta.
Además, el lenguaje cambia. Lo que antes era “vamos a estimular su desarrollo” ahora se convierte en “¿no puedes jugar un rato solo?”. La crianza intensiva da paso a la crianza pragmática, donde la prioridad es que el niño no interfiera demasiado.
Por otro lado, los niños aprenden rápido. Si antes competían por la atención de sus padres con palabras nuevas y logros pequeños, ahora descubren que un móvil en las manos les evita la competencia.
En consecuencia, el niño que iba a ser un prodigio termina convirtiéndose en un experto en contenido digital. No es que esté mal, pero resulta curioso cómo los ideales de crianza pueden transformarse tan rápido en estrategias de supervivencia para los adultos.

«No tenemos tiempo» La excusa estrella de los campeones del abandono elegante:
Dicen que los niños necesitan atención, cariño, juego. También dicen que los padres están agotados. Lo que no dicen es que entre el deseo de ser un modelo a seguir y el cansancio acumulado hay un abismo que se llena de excusas.
Se supone que la crianza consciente implica dedicarles tiempo de calidad. Según estudios, los padres españoles interactúan de forma significativa con sus hijos apenas media hora al día. Media hora. Ni un capítulo de una serie, ni un scroll completo en redes sociales.
Porque, claro, cuando hablamos de interacción significativa no nos referimos a órdenes como “ponte los zapatos” o “haz los deberes”. Hablamos de jugar, conversar, escuchar. De estar presentes de verdad.
La paradoja del agotamiento selectivo:
Hay tiempo para todo, excepto para la crianza. Más de tres horas diarias frente al móvil, según datos oficiales. Tres horas para ver memes, reels y vídeos sobre crianza consciente (y otras cosas), mientras el niño juega solo en un rincón.
Pero cuando se les pregunta, la respuesta es clara: «Es que estoy muy cansado». Como si el agotamiento solo existiera cuando se trata de atender al niño, pero no cuando se trata de responder mensajes o ver una serie.
Criar exige esfuerzo, atención, paciencia. Y sí, cansa. Pero si se asume el rol de padre ejemplar, no se puede delegar luego el trabajo emocional a YouTube Kids. No se puede construir un vínculo sólido si la infancia se maneja en piloto automático.
Además, los niños no tardan en aprender esta dinámica. Descubren que si están entretenidos con una pantalla, molestan menos. Que si no interrumpen, todo fluye. Se adaptan a lo que el ambiente les enseña: quedarse quietos, ser autosuficientes, no exigir demasiado.
En consecuencia, la familia encuentra una rutina cómoda. Pero cómoda no significa cercana. Cómoda no significa afectuosa. Cómoda no significa que el niño esté recibiendo lo que realmente necesita.

Cuando el móvil gana la batalla:
Lo que empezó como un proyecto de crianza excepcional se transforma en una estrategia de supervivencia. Cada miembro de la familia tiene su propio dispositivo, y el silencio se convierte en el objetivo real.
No hay tiempo para jugar en familia; en cambio, se dedica tiempo a mirar el teléfono. Los padres, absortos en notificaciones, mensajes y vídeos, encuentran en la pantalla un refugio de comodidad. Mientras tanto, el niño queda en un rincón, aprendiendo sin darse cuenta que la atención se dirige a otra parte.
Esta situación afecta al niño de forma insidiosa. Cuando ve que sus padres pasan horas con el teléfono, imita esa conducta. La imitación es parte de su aprendizaje. Y como consecuencia, cuando sea adolescente, es muy probable que encuentre en la pantalla la única alternativa para relacionarse con el mundo.
Diversos estudios, como el realizado por la Fundación Orange, Save the Children y GAD3 –documentado en el artículo de ABC – han demostrado que el entorno familiar influye decisivamente en los hábitos tecnológicos de los jóvenes Ver. La exposición constante a este modelo puede hacer que la desconexión real se sustituya por una conexión digital permanente.
En definitiva, lo que se busca es alivio y tranquilidad momentánea, pero a cambio se sacrifica la comunicación directa en la familia. La comodidad de la pantalla puede ser la causa de un aislamiento gradual, marcando a generaciones que crecen esfumando la esencia del diálogo y la convivencia.
De «estimulación temprana» a «que se entretenga con la tablet«
Todo comenzó con un gimnasio para bebés, juguetes sensoriales, cuentos para recién nacidos y frases ilusionadas como “no queremos que vea pantallas hasta los 3 años”. Qué ternura…
Porque sí, aquellos primeros meses estuvieron llenos de teorías sobre estimulación temprana, desarrollo infantil y juegos educativos. Se compraban libros sobre crianza consciente, se hablaba de la importancia del contacto visual, se repetían mantras sobre lo esencial que era hablarle al bebé en tonos suaves.
Tres años después, Pepa Pig es la niñera oficial y la tablet se ha convertido en la principal fuente de entretenimiento. Lo que no pudo lograr la estimulación temprana, lo resolvió un algoritmo de YouTube en modo automático.
Además, la coherencia de los primeros discursos sobre desarrollo infantil se esfuma. Donde antes había listas de juguetes Montessori, ahora hay apps de vídeos sin fin. La frase más repetida en casa deja de ser “vamos a estimular su aprendizaje” para convertirse en “ponle algo en la tablet, que no se aburra”.
Por otro lado, el niño aprende rápido la lógica de la nueva rutina. Descubre que una pantalla en la mano significa menos interrupciones, menos regaños, menos esfuerzo por captar la atención de sus padres.
En consecuencia, la crianza planificada con artículos sobre estimulación temprana termina cediendo paso a la crianza de conveniencia. No hay necesidad de pensar demasiado en el desarrollo emocional cuando un dispositivo lo mantiene entretenido y en silencio.
Porque sí, qué difícil es competir con la inteligencia artificial cuando uno mismo no se compromete a criar con inteligencia emocional.

La gran ironía: querían criar a un genio, pero no quieren criarlo.
Hay algo profundamente contradictorio en todo esto: muchos padres proyectan en sus hijos sus propias frustraciones. “Mi hijo será todo lo que yo no fui”. Frase aspiracional, casi épica. Pero en el camino olvidan que ese «todo» no se logra solo con intenciones: requiere tiempo, amor, presencia y, sobre todo, coherencia.
Porque al principio, es fácil imaginar un futuro brillante. Se habla de educación personalizada, de aprovechar cada momento para estimular el desarrollo, de criar con conciencia. Pero cuando el niño empieza a manifestar necesidades reales, no las de un bebé idealizado, sino las de un ser humano con emociones y exigencias, entonces el cuento cambia.
Antes expertos en neurodesarrollo infantil; ahora dominan el arte de la excusa.
El arte de disfrazar la negligencia
A menudo se escucha a algunos padres declarar: “yo le doy todo”. Con esta frase, intentan convencer a los demás y, quizá a sí mismos, de que comprar juguetes caros y disponer de actividades pagadas es sinónimo de amor y de construcción de un vínculo real. Sin embargo, lo que realmente necesita el niño, la atención, el contacto humano, la cercanía, queda relegado a un segundo plano, oculto tras la apariencia de una crianza modelada por artículos de alto valor.
Surge entonces el clásico recurso de “le pago una actividad para que se distraiga”, como si la crianza fuese un servicio tercerizable. Se piensa que contratar lo mejor en entretenimiento y dejar que los especialistas cuiden del niño es la solución perfecta. Pero en esa lógica se esconde una contradicción: al delegar el cuidado emocional, se transfiere la responsabilidad del vínculo afectivo a terceros o incluso a dispositivos electrónicos, disimulando así una ausencia real de conexión directa y auténtica.
Por otro lado, hay quienes se enorgullecen clasificando a sus hijos como “independientes desde pequeños”. “Es que él sabe entretenerse solo”, comentan con cierta vehemencia, como si desarrollar autonomía implicara un mérito en lugar de ser el resultado de una atención escasa. Esta independencia, que en apariencia se celebra, en realidad es un signo de abandono emocional progresivo. El niño aprende que su mejor manera de evitar problemas o el molestar de sus padres es sumergirse en un estado de autosuficiencia, lo que terminará marcando su desarrollo afectivo de forma negativa.
Con el paso del tiempo, el pequeño interioriza estas conductas. Descubre que, en el entorno familiar, es preferible no interrumpir, no exigir atención, y ocupar su tiempo de cualquier manera, siempre que no altere la aparente calma del hogar. Así, lo que en un inicio se presentó como una ambición de criar a un ser excepcional se va reduciendo a una estrategia de supervivencia emocional. El niño termina adaptándose a una realidad en la que la presencia y el afecto se disfrazan de una rutina cómoda y distante, dejando atrás el potencial de una crianza consciente y plena.
Conclusión: la crianza no se postea, se vive.
Ser padres en la era digital es fácil en apariencia. Se pueden compartir fotos de momentos felices, escribir textos emotivos y recibir comentarios de apoyo. Pero entre las publicaciones y la realidad hay una distancia enorme. Criar es un compromiso constante.
Un niño real no es un personaje de redes sociales. No se limita a sonreír para la cámara ni aprende cuando es conveniente. Crece con dudas, frustraciones, lágrimas y risas inesperadas. Y en esos momentos, lo único que necesita es presencia genuina.
Porque la estimulación temprana es importante, pero la coherencia emocional lo es más. No se puede reemplazar la mirada atenta con juguetes educativos ni sustituir la compañía con algoritmos de entretenimiento.
¿Cómo corregir el rumbo?
Si en algún momento has sentido que tu relación con tu hijo ha perdido cercanía, hay formas de volver a conectar. No importa cuánto tiempo haya pasado ni cuántos errores creas que has cometido. La crianza no es un camino recto, sino una oportunidad constante de aprendizaje y ajuste.
1. Identifica patrones que desconectan
El primer paso es observar qué está afectando la conexión con tu hijo. ¿Pasas demasiado tiempo en el móvil mientras él está cerca? ¿Delegas su tiempo libre en pantallas? ¿La interacción se ha reducido a lo mínimo? ¿Tu trabajo está primero que nada? Reconocer estos hábitos es clave para cambiar la dinámica.
2. Deja de sustituir presencia con entretenimiento
El niño no necesita más juguetes ni más tecnología. Lo que realmente necesita es compartir contigo experiencias reales. No basta con comprarle algo y esperar que se entretenga solo. Dedicarle tiempo, aunque sean pequeños momentos, hace la diferencia.
3. Restaura la comunicación
Si el niño ha aprendido que es mejor no interrumpir, es momento de revertir esa percepción. Pregúntale cómo fue su día, escúchalo con atención, responde con interés. Un niño que se siente escuchado no buscará refugio en una pantalla, sino en las conversaciones.
4. Modela el comportamiento que quieres ver en él
Si quieres que tu hijo no pase todo el día en el móvil, empieza por reducir tu propio tiempo en redes. Guarda el teléfono cuando estés con él, evita usar pantallas en espacios de convivencia, muéstrale que la verdadera conexión no es digital, sino humana.
5. Crea espacios libres de tecnología
Establecer momentos sin pantallas, como las comidas o la hora de dormir, permite recuperar la interacción. En estos espacios, el vínculo se fortalece de manera más profunda.

Criar no es entretener, es acompañar
Muchos padres, agotados por la rutina, terminan delegando la infancia en YouTube Kids, en jueguitos para la tablet, o en la abuela. Y así, poco a poco, el niño aprende que su compañía no es prioridad.
Pero como bien dice la psicóloga Maritchu Seitún, criar no es simplemente mantener al niño entretenido:
«Criar con empatía es acompañar a los chicos con firmeza, amor y sensibilidad.»
Criar no es entretener al niño. Es estar con él. Es acompañarlo. Es enseñarle a vivir. Y eso, por más que duela, cansa. Pero es un cansancio que vale la pena.
Porque sí, cansa. Pero también forma. Construye. Da sentido.
Lo que hoy llamas cansancio, mañana puede convertirse en arrepentimiento
Si alguna vez soñaste con criar a un pequeño genio, un niño con habilidades excepcionales y un futuro brillante, recuerda que esos talentos no surgen solos.
No basta con una tablet educativa o una aplicación de aprendizaje. No basta con libros apilados en la estantería.
Porque la verdadera educación no es automática ni tercerizable. Requiere presencia real.
Así que antes de decir “no tengo tiempo”, piensa en esos minutos diarios en redes sociales que sí encuentras.
Porque el niño no necesita padres perfectos, pero sí padres disponibles.
Criar no es un sprint, es una maratón
Los niños necesitan acompañamiento real, no solo tecnología educativa ni juguetes premium. Se necesita paciencia, constancia, entrega. Porque crecer no es un proceso automático, ni un camino que se recorre solo.
El tiempo no espera, los años pasan rápido y la infancia no se recupera. Criar es el mayor compromiso, el que no se resuelve con un buen discurso, sino con hechos.
No basta con estar físicamente. Hay que estar de verdad.

Recursos:
Asociación Española de Pediatría (AEP): Recomendaciones sobre el uso de pantallas en la enseñanza y su impacto en la salud infantil. Leer
Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid (ICOMEM): Informe sobre el uso de pantallas y su relación con la salud de la infancia y la adolescencia. Leer
Estudio de la Universidad de Sendai (Japón): Investigación que asocia el uso excesivo de pantallas durante el primer año de vida con retrasos en el desarrollo infantil. Leer
Fundación Crecer Jugando y AIJU: Estudio sobre el tiempo de exposición a pantallas y la falta de juego en la infancia. Leer
Teoría de Bowlby sobre el apego: qué es, etapas y características Leer
Ordesa Academy of Pediatrics: Guía sobre los efectos de la exposición temprana a pantallas en los primeros años de vida. Leer
Europa-Press: la edad media en la que los menores españoles reciben su primer móvil es de 12 años, y solo el 22% de los padres considera que es una edad adecuada para ello. Leer
Maritchu Seitún: Aquí puedes encontrar una variedad de recursos sobre crianza y desarrollo infantil. Leer