Estoy sentado en mi sillón favorito, tengo una taza de té humeante en mis manos, pero mis pensamientos están muy lejos de aquí.
Cierro los ojos. Estoy en mi antigua habitación, en mi casa, la casa de mis padres, en aquel mundo que solo existía para mí.
Estoy allí, un niño pequeño, tirado boca abajo sobre una alfombra desgastada, con un autito de juguete en la mano. Es pequeño, rojo, con la pintura raspada y una de sus ruedas ligeramente torcida, pero para mí es perfecto. Conduzco ese auto con una concentración absoluta, moviéndolo de un lado a otro mientras mi boca imita el rugido del motor.
El mundo a mi alrededor desaparece. Estoy recorriendo una carretera infinita, atravesando campos dorados por el sol y montañas que parecen tocar el cielo. A veces, mi autito se detiene en ciudades llenas de edificios altísimos, donde los semáforos siempre están en verde para mí. Otras veces, lo llevo por caminos polvorientos que se pierden en misteriosos bosques. Con mi imaginación como única guía, me aventuro más allá de los lugares que he conocido, creando mundos donde todo es posible.
De repente, una voz familiar atraviesa mi universo:
—¡Hijo, ven a merendar! —es mamá, dulce y cariñosa como siempre.
Pero estoy en medio de una carrera importante, de una misión que nadie más entiende. Sigo moviendo el auto, zumbando con mis labios, mientras mis ojos brillan con la emoción de nuevas aventuras. Mi estómago ruge por el hambre, pero, ¿qué es un poco de hambre cuando hay mundos enteros por descubrir?
—¡La leche se enfría! —llama mamá de nuevo, pero esta vez su tono tiene un dejo de impaciencia mezclada con insistencia.
Yo me quedo en mi sitio, decidido, mi pequeña mano aún aferrada al volante imaginario. Mamá, no quiero merendar, quiero seguir jugando, quiero seguir imaginando. No quiero dejar este pequeño auto, que no es solo un juguete; es mi vehículo hacia la libertad, mi pase directo a la felicidad más pura y auténtica que he conocido.
Finalmente, el aroma del pan con mantequilla y la dulzura de la leche caliente me llaman de vuelta, pero no antes de prometerme algo: tan pronto como termine la merienda, volveré. Volveré a esos caminos interminables, a esas aventuras fantásticas. Porque en ese pequeño autito, soy todo lo que quiero ser.
Abro los ojos, de nuevo en mi sillón, y siento un nudo dulce y cálido en el pecho. Aquel niño sigue vivo en mí, en cada recuerdo, en cada instante que dedico a soñar. Y por un momento, todo parece más simple, más hermoso.
Mamá, no quiero merendar, quiero seguir jugando, quiero seguir imaginando


Nuestra misión
En nuestra esencia, creemos que cada niño lleva dentro de sí un universo de posibilidades, esperando ser descubierto y potenciado. Por eso, nos dedicamos a acercar herramientas que despierten la curiosidad, la creatividad y el amor por aprender. Nos apasiona brindar juegos y juguetes que no solo divierten, sino que también inspiran a los más pequeños a explorar, descubrir y crecer en armonía con su entorno.
Sabemos que la educación empieza desde los primeros momentos y que cada experiencia cuenta. Por eso, seleccionamos cuidadosamente productos que fomentan el desarrollo cognitivo, emocional y motor, permitiendo a los niños aprender a su propio ritmo, a través del juego significativo y con propósito.
En este rincón, encontrarás más que juguetes: hallarás oportunidades para compartir momentos únicos con tus hijos, reforzando sus habilidades y su confianza, mientras construyen bases sólidas para el futuro. Porque creemos en un aprendizaje que nace del juego, guiado por la curiosidad y respaldado por el amor.
Gracias por ser parte de esta aventura educativa, donde cada elección que haces contribuye a un crecimiento más consciente, feliz y pleno.